jueves, 8 de abril de 2010

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Eliges quedarte entre tus viejas mantas. El cansancio es demasiado para acercarte a tus compañeros y compartir la botella de jugo de mango mezclado con alcohol junto al fuego.

Pero el frío es terrible y hace días que no pruebas bocado. Hacia media mañana ya no sientes las piernas y el sueño que te agobia se hace más pesado. Ya no puedes decidir entre moverte o no: tus miembros se han puesto demasiado rígidos y te resulta imposible luchar contra el sueño. Piensas por última vez en tu vida pasada, en tu hija, a quien no ves desde hace años, y por fin te duermes.

Tus compañeros sólo se dan cuenta al día siguiente, cuando uno de los perros te orina encima y tienen que sacarlo a patadas. Viene la ambulancia y para cuando llega, ya no tienes ni zapatos ni medias. Llevan tu cuerpo a la morgue judicial. El diagnóstico es claro: muerte por congelamiento.

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Junto al fuego se está más caliente. Te quitas los guantes sin dedos y apuntas las manos hacia las llamas, frotándotelas. La botella de alcohol y jugo de mango corre de boca en boca. Hasta los perros se acercan para recibir el calor. Beber da placer y suelta la lengua. Los demás relatan sus anécdotas de siempre y tu también.

Pero beber también trae confusión. Dos de tus compañeros empiezan a discutir cada vez con mayor fuerza. Al final, cada uno saca del cinto su cuchilla oxidada. Ustedes se abren en círculo alrededor de ellos, que quedan enfrentados el uno al otro. El tambor ardiente ilumina la escena dándole un aspecto infernal. No querías que esto sucediera, pero ya que ha sucedido, estás a favor de Jack, que es más viejo en la comunidad. Los otros hacen también sus apuestas: hay en juego media cajetilla de cigarros, una botella de delicioso alcohol etílico y hasta restos de una parrillada envueltos en periódico. También hay una bolsa de nylon de contenido incierto.

Los dos contendientes se miden. Cuando uno da un paso adelante, el otro retrocede, y viceversa. Jack lanza un fuerte golpe de cuchilla, pero el nuevo lo esquiva con gran habilidad. No parece un vago. Los vagos, en general, se mueven con dificultad y casi siempre algún miembro del cuerpo les funciona mal. Ahora es el nuevo el que ataca, alcanzando a Jack en un brazo. Las primeras gotas de sangre caen sobre el alquitrán de la calle. Los perros ladran. Ambos contendientes se trenzan y se desprenden alternadamente. La lucha se prolonga.

De repente, a lo lejos, comienzas a oír el ruido de las sirenas. Algún vecino ha alertado a la policía. Los otros también lo oyen, a excepción de Jack y el nuevo que sangran y luchan enfurecidos, sin hacer caso de nada. Algunos deciden retirarse del lugar a toda velocidad, otros se quedan.

Si decides huir, pasa a la página 17.

Si decides quedarte y apoyar a tu amigo, pasa a la página 10.

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Corres con todas tus fuerzas, pero el frío y la vida en las calles han minado tu salud. ¿Qué habrá sido de los dos luchadores? Seguramente ya estarán camino del hospital para ser curados de sus heridas. Bellas enfermeras les quitarán la ropa, los bañarán con esponja y agua tibia y les pondrán una pijama nueva. Más tarde, al anochecer, les servirán la cena con un vaso de vino del mejor y al verlos aseados y afeitados se darán cuenta de lo apuestos que en verdad son y se enamorarán de ellos. Sin embargo, no todo será un lecho de rosas, ya que deberán afrontar el juicio por haber peleado. Sus nuevas novias, las enfermeras, irán a presenciar el proceso con cara de sufrimiento y ellos dos se pedirán perdón frente al juez de la corte, quien al presenciar la buena voluntad de ellos dos, y tras el sincero testimonio de las dos enamoradas y rubias enfermeras, les perdonará. Enseguida, y sin dejar de derramar algunas lágrimas de emoción, ambos le pedirán al juez que los case con las enfermeras, cosa que ellas aceptarán encantadas. Luego irán a festejar con una gran cena en la que habrá pollo, vegetales frescos y más vino del mejor. Finalmente formarán familia con sus nuevas esposas y vivirán en la abundancia y el calor por el resto de sus vidas.

Pero tú no. Tú te agitas al correr y caes rendido en la entrada de un edificio. Por suerte has birlado a tiempo la botella de alcohol y te la bebes de un trago. El efecto es sedante y te quedas dormido.

Al despertar tienes una resaca horrenda y notas que ya es entrada la noche, así que te vuelves a tu colchón de cartón y ruegas que no hayan desaparecido tus viejas mantas. Pero al llegar compruebas que sí, que han desaparecido. Cansado, te acuestas de todos modos sobre los cartones desnudos esperando que el frío no te mate esa noche ni la siguiente. Es el precio por haber elegido mal.

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Los otros huyen, pero tú decides serle fiel a tu amigo. No te importa lo que suceda con la policía.

Las patrullas se acercan, las sirenas se oyen cada vez más alto, pero ellos dos continúan peleando. Al final, cuando ya están demasiado cerca, alguien toma por los hombros al nuevo y se lo lleva. En la huida, el nuevo deja caer su cuchilla a tus pies. La tomas y miras a tu amigo Jack dar tumbos hasta desplomarse en el suelo justo cuando la primera patrulla se detiene y de ella sale un apuesto agente de policía.

De inmediato llegan más patrullas y todos los agentes, abrigados y equipados con anteojos espejados, coinciden en apuntarte con sus armas. A sus gritos, bajas la cuchilla hasta el suelo. Enseguida uno de ellos se te acerca y trata de esposarte con modales de lo más rudos. Piensas que está sobreactuando; es algo que les enseñan en la academia.

Si decides resistirte al arresto, pasa a la página 20. Si decides entregarte, pasa a la 21.

Página 21

Te entregas. Para que el agente entienda que no opondrás resistencia, relajas tus músculos y respondes con docilidad a sus órdenes. Él hace todos sus movimientos con brusquedad calculada y tratando de no tocarte demasiado; ¿quién no sentiría asco de un vago bebedor como tú?

Te has metido en un buen lío. Ya en la celda te quitan las esposas. Allí se está más caliente que en las calles. Tu compañero de celda es un maníaco sexual apodado Satanás. Te observa con lujuria, a pesar de los golpes en tu rostro y de tus ya característicos harapos roñosos y de tu olor a orinada. Sí, te observa detenidamente, relamiéndose en sus pensamientos lascivos. “Nada que no haya vivido antes”, piensas, sólo que éste parece tener el virus.

Sin embargo, la noche transcurre sin mayores sobresaltos. Todavía hay energía en tus músculos como para poder defenderte de los embates de Satanás. Hasta consigues dormir un poco.

Por la mañana, un amable agente bigotudo te despierta con un baldazo de agua helada. Te incorporas rápidamente para evitar un segundo baldazo, que de todos modos no tarda en llegar.

Ahora te encuentras en la sala de interrogatorios. Satanás empieza parecerte un tipo cariñoso cuando ves a los agentes encargados de sacarte toda la información. Por supuesto, se te acusa de asesinar a tu amigo Jack. Con una cuchilla con tus huellas y la sangre de Jack no tienes demasiadas chances de sostener tu versión. Además, algo que inquieta a los agentes es la presencia de esa bolsita de nylon de contenido incierto. No entiendes por qué, pero a ellos parece importarles más la bolsita que la vida extinguida de tu amigo Jack. Y como no sabes nada de ella –ni siquiera recuerdas quién de todos la puso en el pozo de apuestas- te golpean hasta hacerte desmayar. Luego te despiertan a baldazos de agua y otra vez a darte palo.

Horas después, antes de entrar en un coma a causa de los golpes, logras vislumbrar algo del asunto: hay algo que se les perdió, relacionado con esa bolsita, y no se detendrán hasta encontrarlo de vuelta. El dato no te sirve de mucho porque acabas hospitalizado. Al menos ya no tienes que compartir celda con el vicioso Satanás.

Sólo por si no te diste cuenta: estás en manos de la Ley, ya no hay aventura que puedas elegir.

En el hospital te recuperas de los golpes lentamente. Un buen día te despiertas del coma sólo para ir a presenciar el inicio de tu juicio. Asesinaste a tu amigo Jack, eso ya no está en discusión. Pero como gracias nuestra Carta Magna eres inocente hasta que se demuestre lo contrario te envían a la prisión del condado a esperar la sentencia.

Allí compartes celda con otros diecisiete presos. Conversando, te enteras de que todos están en tu misma situación: sin condena. Crees que eso es bueno para el grupo, porque de algún modo todos guardan la esperanza de salir de allí. Es un buen grupo de gente y allí uno no tiene que preocuparse por buscar comida. Hay otra ventaja: aquí no está Satanás y tu avanzada edad te hace poco atractivo para los demás.

Sin embargo, el invierno es duro y tu salud frágil. A la semana de estadía, ya has contraído una tos arenosa, seca: tos de linyera. Parece una broma: tantos años durmiendo en las calles y esto viene a sucederte viviendo bajo techo.

Otra semana más y has empeorado. Te llevan al hospital de la prisión donde te pescas una pulmonía. Oyes hablar de infecciones intrahospitalarias y deseas haber estudiado para entender de qué se trata. Pero ya es tarde. Mejor te sería desear un licor de buena marca, que es con lo que has soñado siempre. Y una última vez con una bella mujer. Piensas que quizá la prisión te conceda eso como última voluntad, pero ya estás delirando y a la semana falleces.

Tu cuerpo lo creman unas semanas después en el cementerio del condado junto al de tu amigo Jack.

Página 20

No es una buena opción pero lo haces de todos modos: te opones a ser arrestado. El oficial que te sujeta es rudo y conoce su oficio, pero tú eres un vago bebedor que conoce el oficio callejero. Consigues zafar un brazo y darle una buena en el rostro al oficial. Cuando lo haces y estás comenzando a disfrutarlo, sientes la explosión y el plomo caliente entrándote por la nuca.

Nunca desafíes a un agente de la Ley.

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Caminar hasta el McDonald´s® ha sido duro a causa del frío cada vez más intenso. Entras por una puerta lateral y notas que el guardia de seguridad, un flaco con cara muy seria, ya te está observando mal. Pero tú lo ignoras y pasas directamente al lavabo.

En el lavabo, un adolescente rollizo, uniformado como los empleados de la hamburguesería, limpia sin guantes un mingitorio. El suelo está recién trapeado y el lugar huele a preservativo. De algún misterioso lugar proviene la agradable música que transmite Radio Disney.

De golpe te han entrado ganas de defecar, así que te metes en un compartimiento y te enfrascas en lo tuyo, trabando la puerta desde adentro. El adolescente sigue limpiando allí un tiempo más (lo sabes porque ves sus pies por debajo de la puerta del compartimiento) y al final sale. Excelente, ahora puedes gasearte sin temor a ser oído. Luego podrás asearte frente al espejo.

Pero entonces, cuando ya tus tripas se estaban aflojando de veras, escuchas el sonido poco agradable de la puerta del lavabo. Enseguida ves los pies del guardia de seguridad debajo de la puerta del compartimiento que se detienen apuntando hacia ti. Tres golpes seguros de sí mismos en la madera de la puerta te avisan que ya sabe que estás ahí y que quiere comunicarse contigo. Nervioso, limpias tu trasero y oprimes el botón del excusado. Justo en el momento de subirte los pantalones, el guardia vuelve a llamar a la puerta y tú descubres algo que parece una puertita detrás del excusado. Sí, es la puerta de un pasadizo.

Si decides meterte en el pasadizo, pasa a la página 25.

Si decides responder al llamado del guardia de seguridad de la hamburguesería, pasa a la 24.

Página 24

El guardia de seguridad es un buen tipo, sólo que no con los vagos bebedores como tú sino únicamente con los clientes. Otra cosa: a diferencia de los empleados de la cadena, él no está obligado a atenderte con una sonrisa. No es empleado directo de la cadena sino que trabaja para otra empresa de nombre inglés y locación incierta, en la cual consiguen empleo la mayoría de ex policías y militares retirados forzosamente. No es un gran empleo, no se gana demasiado, pero ciertamente es algo que permite que cierta parte de la población pueda llevar comida a sus hogares y mandar a los niños al colegio sin tener que asaltar a la otra parte honesta de la población.

Y ciertamente es un modus vivendi más digno que el tuyo, por lo cual el guardia no siente reparos en patearte los testículos hasta que caes al suelo. Después de todo, para eso le pagan: para dar tranquilidad a los clientes, que no buscan otra cosa que un desayuno sabroso y de calidad junto a sus familias en un ambiente sano y seguro. Y tú, amigo mío, no es precisamente ni salud ni seguridad lo que emanas.

El guardia se acerca hasta ti en el suelo y alcanzas a ver la inscripción bordada en su gorra; es el nombre de su empresa: Security. Haciendo honor al lema, sin demasiada amabilidad, te levanta por las solapas y te acompaña hasta la puerta, ante la mirada cada vez más tranquila de los clientes de la hamburguesería. Al menos conseguiste defecar en un lugar abrigado. En la acera, te acomodas las ropas y miras el cielo por entre los edificios grises y la telaraña de cables que cruza la calles bien por encima de tu cabeza. Hace frío pero hay sol. Un nuevo día comienza. Otra vez la monótona rutina diaria. Te preguntas si podrás conseguir unas monedas para comprar alcohol.

Página 25

La puerta es estrecha pero te las arreglas para introducirte por ella. Sólo lamentas no poder estar ahí cuando el guardia de seguridad abra la puerta del compartimiento decido a descargar su resentimiento contra ti y no encuentre a nadie. El pasadizo también es estrecho, por lo que al principio te ves obligado a andar en cuatro patas. Luego se amplía y se hace más luminoso.

Tras mucho andar llegas a un recinto caluroso, tanto que debes empezar a quitarte las ropas para nos desfallecer. El color rojizo aumenta la sensación de calor. El lugar es como una caverna con paredes de carne y parece vacío. Sonidos espeluznantes provienen de distintas partes. Gritas y sólo el eco de tu voz de la nada te responde. A poco de andar dando vueltas te topas con él, Satanás en persona.

–Estás en el Infierno-, te explica con amabilidad. –Tu vicio te ha condenado.

Intentas no comprender pero sabes que se refiere a la bebida. “Estoy frito”, piensas.

–Sin embargo-, dice él, –por la misericordia de Dios, aún puedes salvarte.

La cosa llama tu atención y decides escuchar más atentamente.

–Una última tentación deberás sufrir. Si la superas, al Cielo. Si no, el fuego eterno.

Con un estallido Satán desaparece y en su lugar lo hace una mesa, sobre cuya superficie hay una enorme botella de whisky del mejor. Has comprendido. Debes resistir. Pasan las horas y no sucede nada. Satán no vuelve y la prueba se te empieza a hacer demasiado larga. Pasa un día, quizá dos, antes de que tu paciencia se colme. Te levantas de tu rincón con violencia, a punto de tomar una decisión drástica.

Si decides beberte el whisky pasa a la página siguiente; si prefieres resistir pasa a la 28.

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Ya no resistes más. La sed corroe tu garganta de viejo bebedor. Tomas la botella con desesperación y te la llevas a la boca. No has acabado de tragar tu primer sorbo cuando se encienden todas las luces y Satán se te aparece riendo de diabólica satisfacción. Automáticamente la botella se convierte en excremento en tu mano y por una puerta ingresan dos demonios espantosos con pinchos que te escoltan a las profundidades del Averno deseosos de sodomizarte.

Tu vicio te ha perdido, debiste pensarlo antes de empezar a beber.

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Crees que esto se ha extendido demasiado, pero decides probar que puedes. La espera se hace larga, cada vez más larga y cuando ya estás a punto de sucumbir, la botella desaparece ante tus sorprendidos ojos.

La caverna se ilumina gradualmente, pasando del rojo oscuro al blanco. Ahora se te aparecen dos ángeles que te escoltan a lo largo de una enorme escalera mecánica que va hacia el Cielo. Que seas feliz, ex-vago bebedor.


Moraleja
Niños: el alcohol es un vicio horrendo que, como habéis observado, no tiene nada de gracioso. Más bien lo contrario; ningún vago bebedor llega nunca a ser nada, ni a formar un hogar ni a tener una hermosa casa ni a un alto cargo en su compañía. El final de esta historia está un poco edulcorado. La pura verdad es que los vagos bebedores no se salvan ni van al Cielo ni alcanzan nunca la felicidad. Por eso, debéis evitar todos los vicios y alejaros como de ladrones de las drogas, el alcohol, el tabaco, el sexo entre iguales, el sexo interracial, el sexo entre diferentes sexos y el sexo en general. Así, y sólo así alcanzaréis la más pura felicidad y la plenitud.