La puerta es estrecha pero te las arreglas para introducirte por ella. Sólo lamentas no poder estar ahí cuando el guardia de seguridad abra la puerta del compartimiento decido a descargar su resentimiento contra ti y no encuentre a nadie. El pasadizo también es estrecho, por lo que al principio te ves obligado a andar en cuatro patas. Luego se amplía y se hace más luminoso.
Tras mucho andar llegas a un recinto caluroso, tanto que debes empezar a quitarte las ropas para nos desfallecer. El color rojizo aumenta la sensación de calor. El lugar es como una caverna con paredes de carne y parece vacío. Sonidos espeluznantes provienen de distintas partes. Gritas y sólo el eco de tu voz de la nada te responde. A poco de andar dando vueltas te topas con él, Satanás en persona.
–Estás en el Infierno-, te explica con amabilidad. –Tu vicio te ha condenado.
Intentas no comprender pero sabes que se refiere a la bebida. “Estoy frito”, piensas.
–Sin embargo-, dice él, –por la misericordia de Dios, aún puedes salvarte.
La cosa llama tu atención y decides escuchar más atentamente.
–Una última tentación deberás sufrir. Si la superas, al Cielo. Si no, el fuego eterno.
Con un estallido Satán desaparece y en su lugar lo hace una mesa, sobre cuya superficie hay una enorme botella de whisky del mejor. Has comprendido. Debes resistir. Pasan las horas y no sucede nada. Satán no vuelve y la prueba se te empieza a hacer demasiado larga. Pasa un día, quizá dos, antes de que tu paciencia se colme. Te levantas de tu rincón con violencia, a punto de tomar una decisión drástica.
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