jueves, 8 de abril de 2010

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Eliges quedarte entre tus viejas mantas. El cansancio es demasiado para acercarte a tus compañeros y compartir la botella de jugo de mango mezclado con alcohol junto al fuego.

Pero el frío es terrible y hace días que no pruebas bocado. Hacia media mañana ya no sientes las piernas y el sueño que te agobia se hace más pesado. Ya no puedes decidir entre moverte o no: tus miembros se han puesto demasiado rígidos y te resulta imposible luchar contra el sueño. Piensas por última vez en tu vida pasada, en tu hija, a quien no ves desde hace años, y por fin te duermes.

Tus compañeros sólo se dan cuenta al día siguiente, cuando uno de los perros te orina encima y tienen que sacarlo a patadas. Viene la ambulancia y para cuando llega, ya no tienes ni zapatos ni medias. Llevan tu cuerpo a la morgue judicial. El diagnóstico es claro: muerte por congelamiento.

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